No se habló más del asunto y en poco tiempo ya estábamos arriba del bus camino a Osorno. Miré a mí alrededor y vi a la demás gente que nos hacía compañía, personas que dormían, niños que jugaban y mis amigos que charlaban y reían sobre diversas tonterías, a mi lado un hombre barbón de más de cincuenta años redondeando los sesenta quien al parecer tuvo una vida muy de su agrado y que no pedía mucho, cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando fijó la suya en mí por un minuto y como si nada hubiera ocurrido siguió leyendo un libro de George Simenon, postré mi mirada en una maleta que levaba a sus pies la cual llevaba un nombre un poco difícil de pronunciar y chistoso a la vez junto con las letras H. & A. y pensé que quizás sea el nombre del tipo, acurrucado colindante a la maleta un gato de pelaje blanco y un poco obeso dormía.
-¡Huenchu! –oí una voz en el asiento de atrás, y llamarme por el apellido sólo lo usaban mis amigos cuando se cansaban de decirme Jano.
-Veo que también suelen llamarte por tu apellido –dijo el hombre, y agregó– no te preocupes, estoy acostumbrado tanto a meterme en vidas ajenas como en la mía– Y siguió leyendo su libro.
-¡Huenchual! –repitió la voz.
-¿Qué quieres, Álvaro?
-¿Has pensado lo ocurrido aquella noche?
-Prefiero verlo apenas lleguemos.
Un par de horas después hicimos una parada a una Copec para que el bus cargara bencina. Era de noche y hacia afuera no se veía más que el rostro de un joven con un aire de viejo, un pelo de color negro y largo pero no excesivo y unas ojeras como para no despertar en un par de días. Mi acompañante bajó para encender un cigarrillo mientras su gato lo seguía, lo imité para estirar las piernas y Leonardo con Esteban hicieron lo mismo.
-¿Me convida un cigarrillo? –dijo Leonardo al extraño, y este sacó una cajetilla de Malboro.
-¿Adónde van? Son varios así que tiene que ser algo grande. Supongo que no irán a visitar a tu abuela –Y soltó una risilla irónica.
- Veo que es viejo, pero no tonto. Vamos a Osorno a acampar.
-En fin –dijo apagando su cigarro– mejor me entro, el frío me hela los huesos.
Leonardo se acercó a nosotros mientras le tiré el pucho al suelo y le decía que se estaba suicidando mientras él protestaba. El resto del viaje hasta la segunda parada pasó sin mayor novedad excepto por que el extraño hombre me prestó un libro de novela negra que traía en su maleta. Descendimos en Temuco y el hombre se fue después de devolverle el libro.
-¡Gran tipo! –dije al momento que me reunía con mis colegas.
-¿Quién era? –preguntó Álvaro.
-Un hombre aficionado a los libros, tampoco me interesa saber más de él.
-¿Qué haremos cuando lleguemos? –quiso saber Valentina apartando un poco el tema sobre el extraño sujeto.
-Hay que hablar con un tal Quintriqueo –dijo Claudia.
-¿El dueño de la hacienda?
-Así es.
-Saben tengo algo que comentarles –dije, y relaté lo sucedido en bar aquella noche con la ayuda de Álvaro.
-Veo que hay de que preocuparse.
-¿Por qué nos lo cuentas ahora y no en Santiago?
-Quería verlo aquí y ver si era motivo de preocupación o no.
-A mí me preocupa.
-A mí también –repitieron varios excepto Álvaro y yo.
-Yo creo que debíamos seguir a pie por que el bus se va –dijo irónicamente Andrés.
-Aun así deberíamos tener cuidado –me alcanzó a decir Esteban mientras abordábamos el transporte.
-Lo tendremos.
1 comentario:
"mi gato es colindante"
Publicar un comentario