miércoles, 18 de marzo de 2009

Orión- XII

Dos días pasaron sin mucha novedad luego de abandonar al otro grupo, los altercados se habían solucionado y el ambiente estaba tan suave como un día caminando a la orilla de la playa, el hecho de que estuvieran bordeando el lago ayudó a crear esa sensación. Caminaron hasta que cayó la noche y se detuvieron cuando encontraron una roca gigante rodeada de pedruscos de modo que una caída desde la cima y te hacías pedazos, pero si sabías andar con la agilidad de una cabra de montaña podías refugiarte ahí. Observaron con atención el panorama hasta que Marcela rompió el silencio:
-Esto es lo más cerca que podemos estar de la casa desde la orilla.
-Debe haber una forma de llegar allá -dijo alguien.
-Ahora la marea está baja, rodeemos las rocas a ver si encontramos algo -acotó Álvaro.

Efectivamente se podía notar a la claridad de una brillante pero no llena que debajo de unos veinte centímetros del agua había un camino que llevaba hacia la casona. Con cuidado los jóvenes cruzaron durante treinta minutos un trecho que parecía que nunca acabaría lograron por fin llegar a su tan ansiado destino. Pero de pronto estaban tan enfrascados en su búsqueda de la casa que pasaron por alto lo que irían a hacer al momento de llegar ahí, así que Esteban encabezó la conversación:
-Primero que todo, deberíamos ver que disponemos si queremos allanar la casa.
-¿En verdad queremos allanarla? -preguntó Claudia.
-¿Qué más hacemos?
-Revisemos el perímetro -dijo el militar.
-Es lo mejor, así nos hacemos una idea del lugar y de la casa en general - dijo mientras se erguía con su mochila y relucía su cabellera negra en contraste a su piel blanca, evidentemente de las tres muchachas era la más alta.

Se separaron en dos grupos. En uno iban Alejandro, Esteban, Andrés y Claudia que el color de su mochila combinaba con el color rojo intenso de su pelo, los varones se repartían el equipo pesado pero Jano y Esteban llevaban las carpas ya que su físico atlético les facilitaba la tarea. En el otro iba Álvaro junto a las dos muchachas que contrastaban la negrura de su cabello para ver quien lo tenía más oscuro, mientras que el militar no entendía la razón de ésta comparación y ellas lo molestaban por su corte al rape. Pero a él no le molestaba ya que decía que a lo único que iba era a trabajar y a pasarla bien y se jactaba de esto llevando la carpa con mucha facilidad sobre sus anchos hombros entrenados.
Un grupo recorrió la isla en sentido contrario y el otro a favor a las agujas del reloj para encontrarse frente a la casona de modo que partieron detrás de ésta.
Al cabo de diez minutos el celular de Alejandro sonó, y Álvaro le decía a través de éste que fuera en dirección sudeste y que se apresurara. A lo lejos vieron un haz de luz parpadeante y se dirigieron hacia allá con más prisa donde no sólo se encontraron con sus amigos sino también con quien andaban buscando, pero con una pequeña diferencia. Leonardo estaba calcinado.

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