domingo, 29 de marzo de 2009

Orión- XIII

De un momento a otro todos estaban llorando la pérdida de su amigo al cual reconocieron por su collar militar que le había regalado Álvaro cuando recién llegó del servicio y por sus pertenencias como la brújula y el cortaplumas que yacían a los pies del finado. Al rato tomaron el chuzo y cavaron una zanja para darle un entierro cristiano que tanto había deseado sin antes recoger algunas de sus cenizas para velarlo correctamente una vez que estuvieran en la capital. Le dedicaron un minuto de silencio que pareció una eternidad. Sólo el viento hablaba y hacía llorar las aguas y a las plantas. El ambiente estaba tenso, y dentro de la mente de los muchachos pasaban muchas imágenes a la velocidad de la luz. Alejandro sintió el frío del metal de su relicario contra su pecho y lo trajo a la realidad, le dijo a los demás que ya era hora de partir y ver que podían hacer. Decidieron no llamar a la policía ya que lo más probable era que si se trataba de un asunto en el cual las patrullas debía de moverse mucho para hallar tan poco no merecía indagar, sólo a veces la influencia de la prensa sobre los asuntos del PDI los hacia mover el culo, en caso contrario lo hacían únicamente cuando les llamaba la atención o se ganaban sus grandes pesos por eso.
Decidieron entrar a la casa e investigar todo lo que ocurría ahí, ésta se veía grandísima desde fuera, pero una vez abierta la vieja y rechinante puerta se dieron cuenta de que el salón era enorme y con una lúgubre pintura azul que se desprendía de las paredes. En el techo se veía un candelabro con unas pocas velas encendidas que oscilaba con el viento que venía desde fuera a través de alguna ventanas rotas. A ambos lados de la habitación había una escalera que llevaba a una gran puerta al fondo del lugar. Justo arriba de esa puerta había un símbolo muy conocido por ellos, un poco más de ocho puntos ordenados de cierta forma que formaban la constelación de Orión.

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