Sus botas estaban húmedas, por dentro, por cruzar el lago, por fuera, por las lágrimas derramadas. Se los miró y recordó su primer día de clases cuando tenía seis años. Estaba con su abuelo y él le enseñaba a lustrarse los zapatos, a él le gustaba que siempre estuvieran brillantes. Volvió a la realidad y con el recuerdo aún fresco se limpió las botas tratando inútilmente de sacarles brillo, se volvió hacia el grupo y abrazó a su hermano. Se sentía vacío. En el desolado pueblo próximo a Osorno a pesar del numeroso grupo, Alejandro se sentía solo. Como si fuera de otra especie. Como si estuviera siendo discriminado. Sentía miles de emociones al mismo tiempo, veía como su mundo se venía abajo y el resto crecía. Podía ver al resto del país, todos felices por una causa o alguna consecuencia y él el único triste. Su jardín se marchitaba… junto con su cordura. Absteniéndose de gritar, caminó cabizbajo por el camino de vuelta cuando una mano lo detuvo.
-¿Qué ocurre? –Oyó que decía la voz de Esteban- ¿Qué has oído?
-Lo que de verdad ha pasado.
-Explícate –dijo Marcela.
-Dentro, habían unos tipos que decían haber matado a Leo, y a… -tragó saliva y le tiritaba el labio inferior- y a mi abuelo –rompió.
-Ven aquí chiquitito –lo abrazó Claudia.
-¡¿Qué mierda has dicho?! –saltaron Andrés y Esteban, mientras que al otro lado de la puerta los Escritores también saltaron de sus sillas al oír al dúo gritar.
-¿Han matado al abuelo? –preguntó sin creerlo aún Andrés.
-¿Y quiénes son ellos? –preguntó Álvaro permaneciendo lo más serio posible.
Alejandro musito algo incomprensible en el seno de Claudia mientras sollozaba. Andrés seguía sin creerlo y Esteban quería golpear a alguien simplemente de rabia e impotencia contenida. La puerta se abrió bruscamente y Esteban golpeó con toda una fuerza sobrehumana a la primera figura que se asomó.
Pasaron unos segundos que se hicieron eternos. Todos se miraban para ver que ocurría, los Escritores no comprendían que hacía un montón de chiquillos ahí, no comprendían porqué uno de ellos había golpeado a Jorge Luis Borges, no comprendían como llegaron ahí ni porqué habían escuchado un grito o porqué había un adolescente llorando junto a una chica. Por otro lado, El grupo de jóvenes no sabían quiénes eran ellos, ni porqué ellos había matado a dos personas. Sin embargo ninguno de los dos grupos atinó a hacer algo por unos segundos que parecieron eternos. Corran, gritó de pronto Álvaro mientras los Escritores seguían paralizados. Se levantó el golpeado y los dirigió detrás de los muchachos. El grupo salió de la biblioteca por la primera puerta que vieron y se encontraron con una escalera de caracol que bajaba al menos unos cuatro pisos. Sacando fuerzas de la desesperación bajaron lo más rápido que pudieron por las escaleras hasta que vieron que algo pasó por el lado de ellos y llegó al fondo de golpe. A los cinco minutos de bajar escaleras y ya casi agotados sin alcanzar la base aún, alguien los detiene de frente. Un hombre de cabellos largo y barba hirsuta, de más de metro ochenta (Álvaro media metro ochenta y tres y era más bajo que aquel hombre) con una túnica roja, agarra por el pescuezo a Esteban que iba liderando la fila y dice: Golpeas fuerte, niño. Valentina grita y deja caer el libraco que había sacado de aquella ingente biblioteca. Las pupilas del hombre se dilataron aún más y su boca se abrió con un gesto de sorpresa. ¡¿De dónde has sacado eso niña?! , dijo con una voz profunda que demostraba autoridad. Soltó a Esteban quién en el piso tosía y se sobaba el cuello. Cuando el tipo iba a recoger el libro Álvaro se adelanta y lo pisa. El hombre con una fuerza descomunal levanta al libro junto con el muchacho y se lanza al vacío. Detrás de los muchachos venían el resto de los Escritores y ellos apuraron el paso. Apenas tocaron el piso cuatro hombres cayeron del cielo con un pesado golpe y el mismo gigante de antes, que se hace llamar Borges, se acerca por detrás y les pregunta:
-¿Qué creen que hacen aquí jóvenes? ¿Acaso viniste a saber que pasó con tu abuelo, Alejandro?
Jano levanto la mirada y sus ojos estaban rojos de furia.
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