La llamada parecía eterna. No sabía que decir, como explicar los surrealistas sucesos que la llevaron a agarrar el teléfono y pedir ayuda a una persona que apenas conoció hace unas horas ¿Cuántas horas? No sé ¿O fueron días? No lo recuerda. Lo único que espera es que aquel conocido desconocido hombre, con quien quizás no ha cruzado una palabra, sea capaz de contestar un número que no conozca ¿Cómo consiguió su número si no habían intercambiado ninguna señal? Es porque sí hubo un intercambio. Un intercambio cómplice de miradas donde al conectarse se traspasaron enormes cantidades de sentimientos, pensamientos y emociones. Así obtuvo el número, pidiéndoselo a Alejandro, pensando que lo llamaría en un futuro cuando todo fuera mejor. Ahora ese futuro había llegado y no era mejor que aquella percepción de rosas y felicidad que tuvo en ese momento. Valentina se sentía ahogada con sólo pensar que diría cuando oyera esa voz que embelesaba su alma. Escuchaba el pitido de la llamada en transcurso, lo sentía incluso más fuerte que la lluvia que caía sobre el lago que besaba sus pies. Atendió un Aló y se paralizó, fue transportada momentos atrás y recordó aquella mirada, aquel cabello lacio y largo que le llegaba hasta la barbilla. La trajo de vuelta un segundo Aló y se dignó a contestar con un tímido: Hola Hernán.
-¿Quién habla?
-Soy amiga de Alejandro, Valentina.
-Hola ¿Cómo estás?
-No muy bien, de hecho mal. Necesitamos tu ayuda, ven de inmediato a la isleta que está en el lago detrás de ti.
-Ehhh… no estoy en el lago.
-Entonces ¿A quién estoy viendo ahora?
-No sé.
Terminó la conversación con un simple y breve adiós sin otro sentimiento que la decepción seguido de un profundo miedo ¿Alguien los seguía? ¿O les impedían la salida? ¿Quién los esperaba al otro lado?
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