lunes, 26 de mayo de 2008

Yo, mi otro Yo y mi último Yo...

Iba retrasado al duelo, si no llegaba antes de las 8:20 todo sería muy tarde. Me baje del bus y me fui corriendo hasta la entrada del establecimiento. Cerca de la esquina vi a mis pares tratando de hacerme una pequeña broma mientras llegaba, pero los ignore y para mejor decidí no saludarlos. Ahí estaban ambos esperándome para poder enfrentarse y yo les serviría de juez, la gente que nos rodeaba era tan poca que se podía contar con los dedos de una sola mano. Sebastián me preguntó si es que había traído la maleta y yo le dije que la llevaba en la mochila; dentro había un rectángulo de madera no más grande que una caja de zapatos, se las mostré, la abrí y les dije: Dos 9x19 parabellum, un sólo tiro. Recuerden, yo llevo la cuenta. Tanto Alejandro como Sebastián estaban de acuerdo y cuando les entregué el arma a cada uno llegó una persona a la cual yo escasamente conocía y me suplicó: Huaiquín, por favor no permitas que lo hagan. Tú, Sebastián y el otro sujeto no merecen esto. Le dije que se largara, que no le incumbía este asunto, no me hizo el menor caso así que le di un culatazo en la nuca y cayó al suelo sin poder pensar por sí mismo. Esta bien, hagámoslo rápido para que no haya más interrupciones les dije. Un cigarro ofreció Alejandro a Sebastián, pero este negó, no quería arruinar su vida más de lo que ya estaba. Ambos tomaron las armas, se colocaron espalda contra espalda, hombro contra hombro y por cada numero que llevaba en cuenta ellos daban un paso al compás de este. Cerca del número cinco Alejandro tiró al suelo la colilla y dijo: Sebastián, ¡seis!, estuve pensando antes de este duelo, ¡siete!, y ahora conozco, ¡ocho!, la forma de ganar, ¡nueve!, prepárate, ¡Diez!. ¡Bum! Resonó por toda la calle y el cadáver de Alejandro yacía a cinco pasos de donde botó el cigarrillo ya fumado. Sebastián anonadado por este acto y aún con su arma sin disparar había contemplado cómo su par se había disparado a sí mismo, Alejandro, quien había sido el contraparte que pocos conocían de él. El ruido de la detonación atrajo a más gente, pero cuando Sebastián se decidió fusilar la sien el estruendo trajo consigo a casi todo el pueblo. Sólo quedaba Huaiquín contemplando ambos cuerpos. Ambas partes de él habían desaparecido y tan únicamente algunos conocieron al trío que juntos hacían uno exclusivamente. La gente se quedó mirando durante todo el día a Huaiquín, o como lo conocerían después, Huaiki.

2 comentarios:

Genoveva ~ dijo...

LECTORA Y ESCRITORA . IGUAL QUE TU... CREO QUE LA IMAGINACION YA SE HA PERDIDO, Y QUEDAMOS POCOS CON ESTE DON, ME GUSTA LO QUE ESCRIBES, CREO QUE ALGUN DIA TERMINAREMOS LOCOS, PERO DE ESOS LOCOS POCOS! SALUDOS PARA TI!

Lupus dijo...

eh...para de leer a Borges